Un claro oscuro revelador.

Ni siquiera sé cómo empezar este escrito, es como si escribiera una carta a un amigo, alguien a quien le quisiera contar qué es lo que está pasando en estos momentos en mi día a día, dentro de mi yo más privado y profundo.

Hace poco que escuché “eres cuidador”, nunca lo había considerado, ya que simplemente se trataba de “ayudar a mi madre porque cada día está más mayor”, la persona que me dio vida y que me cuidó durante muchos años, y ya cumplía 90… 93… 95; ahora me tocaba a mí, mejor dicho, nos tocaba, ya que mi hermano fue consciente de repente de “lo que pasaba”. En este escrito quiero agradecerle su apoyo sólo a él y a mi pareja, que son mis dos grandes ayudas.

La dificultad viene cuando ese día tras día se convierte, en mes tras mes, en año tras año.

¿Cuánto hay que sacrificar? Bastantes cosas… Mucho para poder realizar esa tarea de cuidador y: ¿cuándo empiezas a perder parte de tu vida, de tu trabajo, de tu intimidad?, ¿en qué te enriquece esta situación como persona, como hijo, cómo ser humano?, no lo veo claro.

¿Dónde está toda esa gente – familia, amigos- que cuando mi madre se volcaba en darles todo, y esto es real, TO-DO (ella siempre ha sido así, bastante desmedida, ayudando a todo el mundo a cambio de nada; si, de nada)? ¿Por qué en estos años todos se han volatilizado?, incluso con disculpas como “es que no soporto verla tan deteriorada, me duele verla así…”, y claro, lo mejor es desvanecerse, desaparecer…

Fue muy clarificador el primer encuentro con otras personas en la misma situación que la mía, y pensé: «no estoy tan mal, hay tanta gente con situaciones infinitamente más complicadas», pero a la vez ese mismo día el terapeuta que moderaba el encuentro, (todos le conocemos), lanzó la pregunta: «¿de qué te sientes culpable?» -refiriéndose a la tarea de cuidador-, no dudé, mi respuesta fue inmediata: «me siento culpable de sentirme culpable», (no sé si para quién lea estás líneas será fácil de comprender, pero creo que no hay forma mejor de explicarlo), surgió una conexión inmediata con otros de los cuidadores que sentían lo mismo que yo.

La situación me recuerda aquel anuncio de “la medalla de la madre” qué decía: «dar mucho pedir poco», por desgracia no me siento reflejado, yo la cambiaría: «dar mucho y parecer que siempre es poco». Ese sería el resumen de mi sensación real, diaria, de cada minuto, junto con la de «no sé de dónde puedo sacar más, estoy seco, no se dónde buscar en mi para poder ofrecer algo que a mi madre le sirva de ayuda”, que es para lo que se supone que los cuidadores, hacemos el esfuerzo que hacemos, en mi caso, para que la mujer que me parió, con los ojos verdes más bonitos, que cada vez que me miran me turban, tenga un poco de ayuda, aunque haya muchos momentos en los que ya no sepa ni quien soy….

Mamá, soy tu hijo, Luis, “el mayor”.

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