La esperanza de vida no deja de crecer, por ello debemos garantizar un envejecimiento activo y saludable a nuestros mayores, que suponga prevenir la enfermedad y garantizar una calidad de vida óptima en esta etapa vital.

El paso de la vida lleva consigo una pérdida de las capacidades físicas, propias de la edad, la posibilidad de que se vivan pérdidas de familiares o amistades, por tanto reducción de redes apoyo, y un posible aislamiento, la independencia de los hijos, así como la dificultad para participar en actividades -que suponían hasta el momento una fuente de satisfacción y vinculación- son algunas de las causas por las que la soledad no deseada, se convierte en una problemática que se hace más visible si cabe en la vejez.

Además, hay que recordar que vivimos en una sociedad edadista, donde las personas mayores son, en ocasiones, infravaloradas en una comunidad donde la productividad es el mayor de los intereses. Por ello, debemos tratar de abandonar esas ideas ya que las personas mayores son una fuente de riqueza y experiencia que debemos cuidar fomentando su autonomía e inclusión en la vida comunitaria.

Pero ¿qué podemos hacer?

En primer lugar, es fundamental promover espacios donde las personas mayores puedan seguir desarrollando sus intereses, inquietudes, relaciones y generando vínculos dentro de su entorno más próximo.

Pero, además, sin olvidar tener en cuenta y respetar sus decisiones, su autonomía y sus elecciones de vida, darles el espacio y atención necesaria para que se sigan sintiendo parte importante de la comunidad.

Una llamada, una visita, un café o un paseo compartido, es algo que cuesta muy poco, pero que puede suponer una gran felicidad para con quien lo disfrutamos. Hacer nuestros planes incluyendo a las personas que nos rodean es fundamental para evitar la soledad.

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