El sentimiento de miedo es el primero que nos asedia. No solo es este único sentir por la persona que tienes que cuidar, mi marido, en este caso, si no el hecho que yo también pueda perder la cabeza, que mi deterioro se produzca en un plazo corto, que yo también sea una carga más para mis hijos.

Esta idea, me llevo a solicitar en el ambulatorio la inscripción en el programa derecho a una muerte digna. Ya en el 2012, cuando se abrió esta posibilidad, mi marido y yo fuimos a inscribirnos.

Ahora con la enfermedad en casa, nos reafirmamos en esta propuesta.

Deseamos ante todo no ser una carga para nadie.

Mientras tanto mi vida gira alrededor de mi marido exclusivamente. Al principio fue un rechazo a esta carga emocional y física que me arrastra día a día. Ahora, pasado un año del comienzo de la enfermedad de mi marido, Demencia con cuerpos de Levy, intento cada día hacerle ver que él cuenta y que yo estoy con él, y él colabora en lo que puede a cuidar a nuestro nieto de dos años, que por las tardes está en casa.

Con el tiempo, te das cuenta de que la capacidad de adaptación del ser humano es mayor de lo que suponemos. Nos adaptamos y luchamos por ellos, los enfermos y los sanos.

Y así esperamos que la despedida sea tranquila y sin ruido, para dejar mejores recuerdos.

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