La III Edición de las Jornadas #SoledadCero organizada por ASISPA y celebrada en formato online el 14 de junio, contó con las intervenciones de Ana Adame, Directora de Comunicación y Relaciones Institucionales de ASISPA, como presentadora, Mª Dolores Alcelay, experta en Soledad No Deseada, como moderadora y los ponentes:

  • Javier Yanguas: gerontólogo y doctor en Psicología por la Universidad Autónoma de Madrid. Actualmente es director científico del Programa de Mayores de la Fundación “la Caixa” y director de proyectos de Aubixa Fundazioa.
  • Juan Manuel García: Profesor Titular de Universidad en el Departamento de Sociología de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla. Director de la Cátedra Cruz Roja en estudios sobre soledad no deseada.

Más de 120 personas han asistido a la tercera jornada de Soledad organizada por ASISPA. En esta ocasión, la mirada a esta problemática era sobre el reto que nos supone para el futuro.

Javier Yanguas defiende que para abordar el desafío tenemos que entender primero la soledad desde su complejidad conceptual. No hay una soledad, son múltiples las causas, las formas de vivirla y las consecuencias. Aunque se acuerda entre diversos autores que la soledad es la discrepancia entre lo que yo espero de mis relaciones y lo que realmente tengo, para Yanguas, la soledad no es solo un concepto relacional, sino existencial.

La soledad no deseada es un sentir desagradable que implica tristeza, vergüenza, amenaza, indefensión, percepción de aislamiento o falta de conexión con el mundo que nos rodea. Pero eso no implica que sea una cuestión individual, también se debe abordar desde el ámbito de las políticas: las de vivienda, de accesibilidad, de transporte, educativas, sanitarias. Es decir, debemos abordarla desde la transversalidad. Y es que la revolución neoliberal destruye vínculos comunitarios, pero eso no implica que la única dimensión de la soledad sea social y que la única solución sea el acompañamiento. Ya lo decía el escritor Antonio Gala: hay dos soledades la del solo, que cree que su problema se arregla con compañía, y la del acompañado, que sabe que su soledad es existencial.

La soledad existencial tiene que ver con el aislamiento percibido, con la pérdida de identidad propia, de un proyecto de vida. Se ve muy bien en casos donde se deposita nuestra ilusión por vivir en proyectos como trabajo, o personas, en capacidades, y cuando llega el desempleo, o la jubilación, o la independencia de hijos, o un divorcio o fallecimiento de la pareja, o la vejez o enfermedad y con ello el límite de nuestras capacidades, entonces podemos caer en una profunda soledad porque no encontramos sentido a nuestras vidas. Es el sentimiento de vacío.

La mayor parte de estas situaciones tiene mucho que ver con el hacerse mayor. El reto entonces se presenta en encontrar modelos de envejecimiento que puedan prevenir y paliar la soledad.

Actualmente se ponen todos los esfuerzos en el modelo del envejecimiento activo, basado en la actividad. Parece que se nos promete larga vida y juventud si llenamos nuestro tiempo de hobbies, gimnasio, idiomas, paseos, visitas culturales, tertulias y diferentes eventos cada día de la semana. Pero ¿qué hacemos con las personas mayores pasivas, contemplativas? Además, se equiparan edades a partir de los 65 años, sin considerar las enormes diferencias que puede haber entre una persona de 68 y otra de 93. No parece el modelo más compasivo, sino el que premia a quien tenga más vitalidad y recursos económicos. Y no es malo, pero sí necesita ser mejorado y ampliado. Deberíamos contemplarlo también desde la perspectiva de género, sin sacralizar la autonomía, sin negar la realidad del envejecimiento, la enfermedad y la vulnerabilidad.

Sería conveniente, por tanto, un modelo de envejecimiento centrado en el ser y no en el hacer. Un modelo que no sea organizado y dirigido desde fuera. Un modelo que no se centre únicamente en el disfrute propio, sino en el bien común, en el compromiso hacia los demás que nos permita encontrar de nuevo una vida plena y con sentido y significado.

La etapa del baby-boom implica que los nacidos de entre el 57 y el 73, comenzamos a envejecer y seremos 14 millones de personas que necesitamos una vejez que encaje y se sincronice con nuestras necesidades. Una vejez tan larga puede y debe ser un espacio de continuo desarrollo personal.

El modelo actual sobre combatir la soledad no deseada se enfoca en dos puntos principales: detectar y acompañar. Es necesario algo más: empoderar a las personas para que gestionen su propia soledad porque esta es parte inherente a nuestra condición humana. También por supuesto acompañarlo con proyectos comunitarios, y para ello es esencial invertir en infraestructura social (no solo física).

Javier Yanguas muestra su preocupación sobre otro tipo de relaciones, aquellas entre diferentes generaciones, por ser fundamentales a su parecer por ser la base de los cuidados.

En este sentido, por su parte, Juanma García, nos recuerda que la soledad está muy relacionada con el edadismo. Y especialmente el que se ejerce en la juventud. Al contrario de los que se cree, las personas mayores suelen tener más recursos para relacionarse que los adolescentes de hoy en día. Así lo muestran numerosos estudios sobre el tema. La soledad puede ser factor para tener una mala salud mental y puede desembocar en casos de suicidio. Afortunadamente, la salud mental está liberándose de su estigma y se puede hablar con normalidad de estos temas. Los jóvenes dicen ya sin complejos, que sienten depresión o ansiedad. Sin embargo, se resisten a reconocer y a comunicar que se sienten solos. La soledad sigue siendo un gran estigma, una gran vergüenza a esconder.

El diálogo, la comunicación, la conversación es la asignatura que hemos suspendido y debemos recuperar. La solidaridad intergeneracional debe ir en ambas direcciones. Los jóvenes deben conectarse con las personas de mayor edad para paliar la soledad de estas, pero los mayores deben ofrecer su experiencia a los menores para que estos puedan tener más recursos frente al aislamiento. Y lo complicado, según también se estudia y comprueba en la universidad, es que esta falta de diálogo se ve entre los propios jóvenes, desde el mismo hogar, hasta en las aulas o en la calle. Hace unos años, nos parecía inimaginable no saber el nombre del compañero de clase que tenías al lado. Hoy en día es habitual. Se ha perdido el hábito de la conversación. Los móviles y la tecnología, las redes sociales, paradójicamente, nos han desconectado en muchas ocasiones. Y cuando la situación de soledad no es coyuntural, sino que se convierte en estructural, entonces, el papel del Estado y de las entidades sociales es fundamental para volver a crear redes eficaces de conexión.

 

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