Autora: Sandra González Durán. Psicóloga

Negación y Evitación: dos mecanismos del ser humano para enfrentarse a una realidad inasumible. Nos instalamos en ellas para darnos tiempo a aceptar una verdad que percibimos como inabordable con nuestras herramientas psicológicas habituales, es lo que hacemos presumiblemente con la vejez, nos instalamos en la distancia emocional, creemos ingenuamente que no envejeceremos y establecemos una distancia física, construimos residencias lejos de los núcleos urbanos para no tener que enfrentarnos diariamente a nuestra propia finitud. Levantamos fronteras imaginarias para evitar entrar en contacto con situaciones difíciles, como, por ejemplo, el doloroso escenario de la Soledad No Deseada, primero la negamos, no es cierto, no me ocurrirá a mí.

Luego la evitamos, nos rodeamos exclusivamente de personas artificialmente felices, alejamos todo aquel atisbo de persona tóxica, entendiendo por tóxica aquella persona en situación de crisis vital, vulnerable, frágil o necesitada de cuidado y protección. Sin embargo, nuestra invisible frontera es también frágil, por ser ficticia, y salta por los aires cuando los datos se vuelven abrumadoramente reales, según los estudios, la población joven también refiere sufrir Soledad No Deseada, y nuestro peor temor se vuelve contra nosotros, pues la Soledad resulta ser un riesgo inherente al ser humano, dado que somos seres sociales, en algún momento de nuestro ciclo vital podemos padecerla. 

La negación conduce a la inacción y a la patologización, la Soledad no es una enfermedad que pueda tratarse con fármacos, es una realidad social y por tanto debe tratarse con iniciativas sociales. Es en este escenario donde irrumpe nuestra Entidad como constante pionera, ofreciendo frente a la negación, sensibilización, y frente a la evitación, acción social transformadora. Sabemos que no podemos ni debemos curar la Soledad, porque no se trata de una enfermedad sino de una nueva y dolorosa realidad universal, donde la sociedad actual, fieramente individualista, ha fracasado y generado incertidumbre en el imaginario colectivo, haciendo añicos nuestro proyecto vital e hiriendo de muerte el sentido de la vida. Adoptemos como filosofía de trabajo la Resiliencia, una estrategia que permite enfrentarse a una situación angustiosa y salir fortalecido de ella, aprender que la única vía posible se convierte en tender la mano al frágil, al vulnerable, al solitario, y acompañarle en su transitar, ofreciendo cuidado, compasión y compañía.

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